sábado, 12 de julio de 2014

Primer capítulo de "El teorema Katherine" de John Green.

¡Hola a todos, adictos a la lectura!
  No sé si ya os habíais enterado, pero Nube de tinta finalmente va a publicar todos los libros de John Green en España y precisamente el jueves día 17 de julio (¡dentro de cinco días!) tendremos en nuestras librerías la tercera publicación, El teorema Katherine, y para ir abriendo boca, os dejo el primer capítulo, para que os dé más ganas de leerlo, si eso es posible.
  No sé si lo sabéis, pero John Green es mi autor favorito desde que leí Bajo la misma estrella, y se consolidó más todavía cuando leí Ciudades de papel, así que podéis haceros una idea de las ganas que tengo de tener y leer este libro. Y después de este libro, podremos disfrutar de Buscando a Alaska en nuestras librerías españolas a partir del 25 de septiembre ¿Qué más podemos pedir?



  Cuando se trata de relaciones, el tipo de Colin Singleton son las chicas llamadas Katherine. Y cuando se trata de chicas llamadas Katherine, Colin siempre termina siendo al que cortan. Diecinueve veces, para ser exactos. En un viaje en carro a millas de casa este chico prodigio y obsesionado con los anagramas tiene 10,000 dólares en su bolsillo, un cerdo salvaje detrás de él y la compañía de su amigo con sobrepeso y amante de la Juez Judy….pero no Katherines. Colin tiene una misión, probar el Teorema de la Predictibilidad de Katherines, el cual espera sirva para predecir el futuro de cualquier relación, vengar a todos aquellos que han sido cortados y finalmente, conseguirle a la chica.




Capítulo 1.

A la mañana siguiente de que se graduara en el instituto y por decimonovena vez lo dejara una chica llamada Katherine, el famoso niño prodigio Colin Singleton se dio un baño. Colin siempre había preferido los baños. Una de sus políticas generales en la vida era no hacer de pie nada que perfectamente pudiera hacerse tumbado. Se metió en la bañera en cuanto el agua empezó a salir caliente, se sentó y observó con una extraña mirada vaga cómo el agua iba sumergiendo su cuerpo. El agua le subió despacio por las piernas, que había cruzado y doblado en la bañera. Admitió, aunque con cierta reticencia, que era demasiado alto, y demasiado grande, para aquella bañera. Parecía una persona ya crecidita jugando a ser un niño.

Mientras el agua empezaba a cubrirle el estómago, plano pero sin músculos, pensó en Arquímedes. Cuando Colin tenía unos cuatro años, leyó un libro sobre Arquímedes, el filósofo griego que descubrió que podía medirse el volumen por el desplazamiento del agua cuando se sentaba en la bañera. Al parecer, después de hacer este descubrimiento, Arquímedes gritó «¡Eureka!» y salió corriendo desnudo por las calles. El libro decía que muchos descubrimientos importantes tenían un «momento Eureka». Y ya entonces Colin sintió grandes deseos de hacer importantes descubrimientos, así que, en cuanto su madre volvió a casa aquella noche, le preguntó por el asunto.
—Mamá, ¿tendré alguna vez un momento Eureka?
—Cariño, ¿qué te pasa? —le preguntó su madre cogiéndole de la mano.
—Quiero tener un momento Eureka —le contestó como cualquier otro niño podría haber expresado su deseo de ser una tortuga ninja.
Su madre le acarició la mejilla con el dorso de la mano y sonrió con la cara tan cerca de él que le llegó el olor a café y a maquillaje.
—Pues claro, Colin. Claro que lo tendrás.
Pero las madres mienten. Les va incluido en el sueldo.
Colin respiró profundamente, se deslizó y metió la cabeza en el agua. «Estoy llorando —pensó, y abrió los ojos para ver a través del agua con jabón, que le provocó escozor—. Me siento como si estuviera llorando, así que debo de estar llorando, pero es imposible saberlo porque estoy debajo del agua.» Sin embargo, no estaba llorando. Por extraño que parezca, estaba demasiado deprimido para llorar. Demasiado dolido. Era como si Katherine le hubiera arrancado la parte de él que lloraba.
Quitó el tapón de la bañera, se levantó, se secó con una toalla y se vistió. Cuando salió del cuarto de baño, sus padres estaban sentados en su cama. Nunca era buena señal que su padre y su madre estuvieran en su habitación al mismo tiempo. A lo largo de los años había significado:
1. Tu abuela/abuelo/tía Suzie, a la que no conoces, pero que era muy buena/bueno, créeme, ha muerto, y es una pena.
2. Estás permitiendo que una chica llamada Katherine te distraiga de los estudios.
3. Los niños vienen de un acto que algún día te parecerá fascinante, pero de momento te parecerá un horror, y además a veces la gente hace cosas que tienen que ver con hacer niños, pero en ese caso no tienen que ver con hacer niños, como, por ejemplo, besarse en partes del cuerpo que no están en la cara.
Nunca había significado:
4. Una chica llamada Katherine ha llamado mientras estabas bañándote. Lo siente mucho. Todavía te quiere, ha cometido un terrible error y está esperándote abajo.
Aun así, Colin no pudo evitar esperar que sus padres estuvieran en su habitación para darle noticias del tipo 4. Aunque solía ser pesimista, parecía hacer una excepción con las Katherines. Siempre le daba la impresión de que volverían con él. Le invadió la sensación de quererla y ser querido por ella, sentía el sabor de la adrenalina en el fondo de la garganta, quizá no era definitivo, quizá volvería a sentir su mano entre las suyas, escucharía su audaz voz chillona convirtiéndose en un susurro para decirle «te quiero» rápidamente y en voz baja, como siempre se lo había dicho. Le decía «te quiero» como si fuera un secreto, y un secreto importantísimo.
Su padre se levantó y se dirigió hacia él.
—Katherine me ha llamado al móvil —le dijo—. Está preocupada por ti.
Colin sintió la mano de su padre en el hombro. Los dos se acercaron y se abrazaron.
—Estamos muy preocupados —dijo su madre, una mujer bajita con el pelo castaño y rizado, con un solo mechón canoso que le caía hacia la frente—. Y sorprendidos —añadió—. ¿Qué ha pasado?
—No lo sé —respondió Colin en voz baja, apoyado en el hombro de su padre—. Sencillamente… se ha hartado de mí. Se ha cansado. Eso me ha dicho.
Entonces su madre se levantó, se abrazaron los tres, había brazos por todas partes, y su madre lloró. Colin se soltó y se sentó en la cama. Sintió la terrible necesidad de que salieran de su habitación inmediatamente, como si fuera a explotar si no se marchaban. Literalmente. Las tripas por las paredes y su prodigioso cerebro esparcido por la colcha.
—Bueno, en algún momento tendremos que sentarnos y valorar tus opciones —le dijo su padre, que era un crack valorando—. No es por buscar la parte positiva, pero parece que vas a tener más tiempo libre este verano. ¿Qué te parecen unas clases de verano en la Northwestern?
—Necesito estar solo, de verdad. Solo hoy —le contestó Colin intentando parecer tranquilo para que se marcharan y no explotara—. ¿Podemos valorarlo mañana?
—Claro, cariño —le dijo su madre—. Estaremos en casa todo el día. Baja cuando quieras, te queremos, eres muy especial, Colin, y no debes permitir que esa chica te haga pensar otra cosa, porque eres el chico más fantástico y brillante…
Y en ese momento, el chico más especial, fantástico y brillante se encerró en el cuarto de baño y echó la pota. Una explosión o algo así.
—¡Colin! —gritó su madre.
—Solo necesito estar solo —insistió Colin desde el cuarto de baño—. Por favor.
Cuando salió se habían marchado.

Durante las siguientes catorce horas, sin hacer pausas para comer, beber o volver a vomitar, Colin leyó y releyó su anuario escolar, que había recibido hacía solo cuatro días. Aparte de las cosas que suele incluir un anuario, contenía setenta y dos firmas. Doce eran solo firmas, cincuenta y seis mencionaban su inteligencia, veinticinco decían que ojalá lo hubieran conocido mejor, once decían que era divertido tenerlo en clase de lengua, siete incluían las palabras «esfínter pupilar», y, sorprendentemente, diecisiete terminaban diciendo: «¡Sigue siendo tan guay!». Colin Singleton podía ser tan guay como una ballena azul podía ser delgada o como Bangladesh podía ser rico. Seguramente aquellas diecisiete personas estaban de broma. Le dio varias vueltas al asunto y se planteó cómo era posible que a veinticinco compañeros de clase, algunos de ellos compañeros suyos desde hacía doce años, les hubiera gustado «conocerlo mejor». Como si no hubieran tenido ocasión.
Pero la mayor parte de las catorce horas leyó y releyó la dedicatoria de Katherine XIX:

Col:
Aquí están todos los sitios a los que hemos ido. Y todos los sitios a los que iremos. Y estoy yo, susurrándote una y mil veces: te quiero.
Tuya siempre,
K-A-T-H-E-R-I-N-E

Al final, la cama le pareció demasiado cómoda para su estado de ánimo, así que se tumbó de espaldas en la moqueta con las piernas extendidas. Empezó a combinar las letras de «tuya siempre» hasta que encontró una combinación que le gustó: «irme y puteas». Y allí se quedó, puteado y repitiendo mentalmente la nota, que ya se sabía de memoria, y quería llorar, pero solo sentía dolor en el plexo solar. Falta algo para llorar. Llorar es tú más lágrimas. Pero la sensación de Colin era la contraria a la de llorar. Era tú menos algo. Siguió pensando en una sola palabra —«siempre»— y sintió el ardiente dolor justo debajo de la caja torácica.
Dolía como la peor patada en el culo que le hubieran dado en su vida. Y le habían dado muchas.


¿Qué os ha parecido el primer capítulo? A mi sin duda me ha llenado de curiosidades y de ganas de continuar leyendo. El jueves sin duda iré a comprarlo.

Un abrazo y nos leemos en la próxima entrada del blog. 
Patricia.


1 comentario:

  1. ¡Holaa! :)
    ¡¡Te sigo!! :3
    Y te he nominado a los Liebster Award :D
    http://booksaremyescape.blogspot.com.es/2014/07/nominaciones-liebster-award.html ^-^

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